viernes, 30 de noviembre de 2012

Sobre el egoísmo de no vernos

Las ciudades nos condenan a no vernos, las ciudades no condenan a ser anónimos tenazmente, las grandes ciudades no hacen más que corroborar que no nacimos para ser populares, las ciudades lo que hacen es mostrar que somos rutinarios y que sólo nos impacta lo lejano, lo prohibido, lo inaccesible.


Una noche en Bogotá, un bus sin compañía hacia Medellín, un desayuno anónimo en la terminal, dos mujeres bellas en un bus, un almuerzo improvisado en Rionegro, un avión anónimo allí mismo, una tarde en Cartagena y una mal recibiendo sin amor, todo en un día, me lo dijo.

 ¿Cuántos rostros vemos a diario que no volveremos a ver?, ¿cuántas sonrisas veremos a diario cuyos dientes jamás volveremos a ver?, ¿cuánta gente se roza con nuestra vida que nunca más se volverá a cruzar por nuestro camino? Todos los que queramos. Lo peor es que los que tenemos cerca, lo que es íntimo, también es susceptible de hacer todo lo anterior. Muestra que adoramos lo postizo, muestra que preferimos que nos mientan a que nos digan la verdad. Nos corrobora que vivimos con desconocidos y que muchas veces nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos, no son más que seres que comparten nuestros genes por suerte, pero que apenas empezamos a conocer.

Lo familiar es aquello que se aleja de nosotros; lo más lejano a nosotros al mismo tiempo es lo más familiar. Nada más podemos que adorar lo que no vemos, nada más podemos desear lo que nunca tendremos, lo que tenemos todos los días es demasiado normal como para que ocupe nuestras preocupaciones. Estamos cerca de que/quien tan sólo queremos olvidar. Somos seres condenados a la soledad, al olvido, al polvo, a lo intemporal, a la falta de memoria, a la transitoriedad, a lo que pasa, a las hojas que hace el viento que se caigan de los árboles, por viejas, somos mucho menos que un tronco que flota con la corriente de un río hacia lo anónimo del mar. Nos iremos de esta ciudad, nos iremos de todo, nos largaremos de todos.

martes, 4 de septiembre de 2012

La ciudad más asombrosa de Colombia


La ciudad más asombrosa de Colombia, y la más colombiana también, podría ser Medellín, capital del departamento de Antioquia. Será por eso que muchos extranjeros no se pierden la oportunidad de pasar por esta ciudad cuando vienen por acá: conocer de cerca los barrios hechos por un capo, un capo que no se conformó con meterle una bomba a un periódico y al Das, sino que quiso marcar una ciudad con casas y casas hechas por él mismo, uno va pasando y le dicen: “mira, ese es el barrio de Pablo”. 

  Otros foráneos van por seguir los pasos y las pistas de Fernando Vallejo, el más inconforme escritor colombiano de los últimos años. Por ejemplo, vi a varios extranjeros buscando el salón Versalles en Junín, presente en La Virgen de los Sicarios. Pero, además, también verán mujeres bonitas en el metro; verán eso tan colombiano de mezclar la opulencia con la miseria (algo que un amigo me dijo que se ve también en Río de Janeiro): fue asombroso ir montado en la capsula del metrocable viendo la miseria de los patios de las casas del noreste de Medellín.

Pero también entenderán una cosa que hace una gran parte de lo colombiano: ser un país de montañas, y en Medellín es evidente. En su superficie se nota el afán por hacer nuestras las montañas, una pelea real cuando nos damos cuenta de que poblar las montañas ha sido un afán nuestro desde la misma Colonia, un afán emprendido por los conquistadores y aceptado por nosotros sin protesta. 

Pero, además, Medellín también es Colombia por la manera en que se pobló el valle de su río: no hubo mucho espacio, pero, como sea, todo cupo en los estrechos kilómetros planos que hay entre cordillera y cordillera. Eso sin mencionar los kilómetros de casas y casas que se aprisionan unas sobre otras. ES ASOMBROSO. Es una de las pocas ciudades del mundo donde la carretera en las que vas en bus está a la altura de los segundos pisos de las casas. 

 Aun así, es una ciudad donde hierve la cultura en mayúscula, las letras y las ganas de salir adelante. Debo decirlo: me encantó.

 Pregunta: ¿por qué si en la costa teníamos tanto terreno para construir, por qué Barranquilla no es más grande?