sábado, 27 de diciembre de 2008

Monólogo del río

He recorrido por siglos

La mitad de una esquina singular

Que posee un mapa simétrico.

En el centro del mapa, donde nazco,

En una cordillera rodeada de planicies,

Tengo el rostro que Dios me puso.

En el norte,

Al lado de una ciudad

De nominación diminutiva

Tengo manchas en el rostro,

Me uno violentamente con el mar

Y dejo de ser yo.

Antes del fin soy turbio y lento,

Por mi cuerpo navegan barcos,

Por mi ombligo atraviesa un puente.

Soy el horizonte maldito

Al cual las esculturas dan la espalda

(…)

Soy el destino perfecto

Y poco pensado

De residuos perdidos

En venas de sangre citadina y turbia,

El pagano ilegal de la suciedad.

Quisiera recorrer un país nórdico.

Ser sometido a miles de filtros

Y ser tan limpio, tan fresco como el rocío que apenas cae.

Y que tú pudieras nadar dentro de mi piel sin tener miedo,

Como sí lo haces en una playa

Lejana, caribeña, aguamarina.

Pero los sueños… sueños son.

Al fin y al cabo,

Sólo soy el dolmen apócrifo

De una corriente de agua monótona

Que ha sufrido una crisis metafórica

De un mal poeta.

Fotografía de una ciudad próxima


Cuando le mostré esta foto por primera vez a un amigo, sólo me dijo: "A esta foto le hace falta gente". Me quedé pensando por una noche en sus palabras. Y concluí: "¿cuál es el problema? Es la foto de una ciudad donde la gente prefiere esconderse. Debajo de la ropa que lleva puesta, debajo de sus ojos, debajo de los paraguas que le protegen de la lluvia, debajo de palabras hirientes y cortantes. Héla aquí.

Barranquilla, diminutivo de barranca

Esta es la ciudad donde comienza ese largo relato que todo viajero hace de aquellas ciudades visibles: Barranquilla. Su nombre es el diminutivo de Barranca. Yo solía explicarle a todo el mundo que se llamaba así porque la ciudad queda en bajada, razón por la cual cuando llueve, lo cual suele pasar muy a menudo, toda el agua que cae del cielo sobre la ciudad suele descender violentamente hacia el río, hacia el río Magdalena, un río sucio, asqueroso, bueno, al menos al final de su recorrido nacional antes de entrar a las aguas del Mar Caribe, a éste alguna vez dediqué un poema, que será publicado más abajo. Es una ciudad que suele asustar al visitante y más si crees que Colombia es lo que sueles ver en la televisión del interior de este país hecho de fragmentos de región. La ciudad asusta porque sueles ver imágenes de un desastre y al mismo tiempo ves los rostros de la gente que mira lo mismo que estás viendo con ojos llenos de pavor con simples ojos de espectador: verás carros que se los lleva el río (literalmente), verás hombres que buscan consuelo en el lugar que menos esperas en medio de los ojos de la ciudad, de los puestos de ventas de las calles. Algo que solía pasarme era que siempre que andaba por sus calles buscaba otra ciudad dentro de ella… he vivido siempre en ciudades anhelando a otras, a cada ciudad que voy la vuelvo una que es aquella hecha por los fragmentos de otras, trato así de construir la ciudad perfecta, aquella que de pronto termine construyendo a punta de relatos como éste. Siempre busqué a otra dentro de su cuerpo: “mira, con el río al fondo se parece (aunque es un poquito) a Buenos Aires”, “mira que estas casas del Prado se parecen un poco no sé a qué ciudad” (recuerdo que alguna vez alguien menciono el nombre de la ciudad que en este momento no recuerdo), “mira que la parte de norte de la ciudad tiene algo de Miami”, etcétera, etcétera, basura, basura. Al fin y al cabo, he escuchado que los nuevos urbanistas dicen que ahora todas se parecen a todas. Yo sueño con el día en que sólo con recorrer una calle de alguna de las tantas podamos recorrer al mismo tiempo las calles de todas (ya lo escribí en uno de mis cuentos y en realidad no es un sueño, es una pavorosa pesadilla). La ciudad también fue más rica antes de que yo naciera, a principios del siglo pasado era la ciudad más prospera de todo el país, hoy en día todo eso no es más que nostalgia. Lo importante es que mamá y papá me hicieron y me dieron a luz aquí en esta ciudad que tiene por apodo la arenosa y sí… lo que pasa es que cuando el viento sopla puedes sentir como algunos pedacitos de arena pueden quedar en tu rostro y en tus labios. Para terminar este primer capítulo de las ciudades visibles pondré aquí datos básicos: nunca vayan al llamado centro histórico porque no existe, es una de las pocas ciudades del mundo sin una plaza fundacional con palomas, lo cual es triste porque hasta los más míseros pueblitos de las montañas la tienen; segundo, coman comida callejera porque es de las mejores que conozco… muy buena; tercero, esta no es una ciudad turística pero la gente dice que es un buen sitio para vivir; cuarto, si quieren conocer algo diferente conozcan los alrededor, en especial, los alrededores que quedan junto a alguna playa, aquellos que quedan a las afueras de la ciudad. Espero que estas líneas hayan ayudado a fijar un poco esa ciudad que en mis neuronas se vuelve tan sólo recuerdo después de estos años en que no la habito.